Filth

Título original: Filth

Año: 2013

Nacionalidad: Escocia

Dirección: Jon S. Baird

Reparto: James McAvoy, Jamie Bell, Jim Broadbent

Sinopsis y críticas

Trailer

Filth es una película escocesa basada en el libro homónimo de Irvine Welsh, el autor de la popular Trainspotting (cuya adaptación al cine acaba de estrenar secuela, o quizás epílogo, con muy buen resultado). Su protagonista, un detective desquiciado, manipulador, misántropo, drogadicto y sin escrúpulos, intenta abrirse camino a cualquier costa entre los candidatos para hacerse con un ascenso en el cuerpo de policía, convencido de ser la última oportunidad para recuperar a su mujer.

Filth es una propuesta interesante que juega con un concepto, el de llevar al límite la capacidad del espectador de empatizar con un protagonista repulsivo, que ha tenido bastante presencia en los últimos años. La referencia obvia por cercanía es Dom Hemingway, aunque hay quien cita a cintas tan dispares como El Lobo de Wall Street de Scorsese o la propia Trainspotting de Boyle. En todo caso, para conseguir esto con un desecho humano como el Bruce Robertson de Filth hace falta o bien mucha habilidad con el guion, para dar un contrapunto bien planteado y desarrollado, o bien una gran habilidad del actor sobre el que recae el peso de la película. Filth nos da ambas cosas.

James McAvoy se luce. Consigue encontrar el punto necesario de aparente sobreactuación, encajado a la perfección en una película que necesitaba de esa histeria salvaje para poder llegar a aportar algo y no hundirse en el intento. Es una auténtica bestialidad en todos los sentidos y obliga a mantener la mirada en algo tan repugnante como culpablemente adictivo de seguir. Y es precisamente por esa salida de tono, aparentemente excesiva sin justificación (lo primero se mantiene, lo segundo se confirma erróneo), por lo que sus conclusiones –que en otra propuesta nos habrían sonado a insoportable moralina–funcionan estupendamente. Humor negro tiene, pero medido con cuentagotas para servir de contrapunto al drama desgarrador y tortura psicológica hacia la que vira el film a medida que acompaña a su protagonista en su descenso a los infiernos. Se ha intentado vender como un Torrente a la escocesa, más salvaje y sin contemplaciones, pero nada más lejos de la realidad: su concepción rechaza frontalmente tomarse al personaje como un elemento cómico y lleva al espectador siempre hacia el lado contrario al que cabría esperar en el desarrollo de la trama. Es un zarandeo constante, que usa la acidez para ir descomponiendo al personaje hasta hacerlo pedazos sin convertirse en un dramón que apele a la compasión más básica: la posición moral del director es clara y nos invita abiertamente a despreciar al protagonista del relato. Pero no nos permite irnos sin comprenderle.

La dirección roza lo feísta más de una vez, capta lo desagradable y lo angustioso, el tono desquiciado y la salvajada en escalada. Es frenética, pero no corta un plano hasta que es estrictamente necesario. La composición es detallista y su planificación coherente. Acompañado de una fotografía efectiva, desarrolla un ambiente que nos hace creer cómico y distendido para acabar capturando lo sucio, lo oscuro y lo retorcido de las miserias de sus personajes. Es un equilibrio bien llevado, formalmente desatado para acompañar las exigencias de la trama. El tramo final, con su vuelco sorprendente y necesario, demuestra la habilidad de Baird para desarrollar  a su personaje en cualquier circunstancia y dejar su marca autoral en una última secuencia que define al personaje a cuya evolución hemos asistido sin descanso durante más de una hora y media.

Si tienes estómago para ver Filth, no puedes perderte esta interesantísima propuesta del indie reciente.